En el génesis de
los estudios gramaticales se analizaban las oraciones de manera completa o, por
lo menos, medianamente descontextualizada, poco o nada interesaba el análisis del contexto de producción. Sin
embargo, estamos frente a un gran cambio de paradigma: hoy interesa en gran
medida el estudio de la producción lingüística en contexto.
Esta evolución
en los estudios lingüísticos tiene gran sentido, puesto que la lengua está en
todo. Hacemos uso de la lengua en variedad de contextos, formales e informales;
para dictar clases, redactar tesis, hacer publicidad pero también para
conversar con amistades, contar chistes, convencer a alguien para ir al cine;
es decir, desde los motivos más distinguidos hasta los motivos más elementales
de nuestra vida en sociedad están íntimamente ligados con el uso de la lengua.
Y es que es en sociedad donde, este conocimiento al que llamamos “lengua”,
tiene sentido.
A las luces de
un análisis gramatical rígido, producciones lingüísticas en contexto informales
son difíciles de analizar; sin embargo, al flexibilizar el punto de vista del
estudio gramatical, al complementarlo con datos de la situación, se puede
profundizar en la comprensión del fenómeno lingüístico.
Si tenemos en
cuenta las diversas situaciones que vivimos diariamente y los usos lingüísticos
enmarcados en estos contextos, encontraremos gran cantidad de estructuras que a
primera vista pueden ser descritas como agramaticales, pero que logramos
comprender con precisión plausible; esto indica que son estructuras aceptables.
Ya Chomsky (1965) planteó la premisa que “las escalas de gramaticalidad y de
aceptabilidad no coinciden.” (p. 13) y para la comunicación prevalecen las
construcciones que cuentan con mayor aceptabilidad.
Para explicar
mejor esta idea es necesario trasladarnos a situaciones cotidianas. Al entrar
en una panadería podemos dirigirnos al personal en barra de la siguiente manera:
“Un negrito, por favor.”. Si bien esta construcción puede carecer de gramaticalidad
(desde un punto de vista rígido), es entendible para el receptor y seguramente
nuestra producción tendrá éxito y obtendremos lo solicitado, por lo tanto es
aceptable.
También,
ingresando en una gasolinera le manifestamos al trabajador: “noventa y cinco,
por favor”, o bien: “nueve cinco”, incluso en la forma más simplificada
posible: “cinco”. Entonces el receptor procederá a dispensar en el vehículo
gasolina de tipo noventa y cinco, sin ningún tipo de confusión o dificultad de
entendimiento.
Si bien,
superficialmente, estas estructuras carecen de constituyentes, el contexto
“rellena” esos espacios “vacíos”. Es la competencia gramatical, entendida como
el conocimiento de la estructura de la lengua, subordinada a una competencia
comunicativa (Hymes, 1971) que nos permite construir este tipo de estructuras y
a su vez comprenderlas, en el marco del contexto de producción adecuado. Esto
gracias a que la competencia comunicativa “incluye el
conocimiento, por parte de un hablante, no sólo de un código lingüístico, sino
también de qué decir, a quién y cómo decirlo en una situación apropiada.”
(Moreno, 1994; p.115).
Entonces, no se trata sólo del estudio de las
expresiones lingüísticas sino de tener presente que la producción oral o
escrita es dependiente de diversos factores sociales que la determinan en gran
medida, ya que el comportamiento lingüístico es parte de la competencia social
que poseemos. Después de todo, como lo asegura Halliday (1973), “En el
desarrollo del niño como ser social, la lengua desempeña la función más
importante.” (p. 18)
Gracias a esto, inconscientemente, los hablantes
entendemos que en el marco de las situaciones comunicativas cotidianas no es
viable el uso de estructuras superficiales perfectamente gramaticales, como lo expone
Hymes (1971): “…una persona que escoge oraciones y situaciones apropiadas, pero
que domina únicamente oraciones gramaticales sería un poco rara. Algunas
ocasiones exigen que se sea apropiadamente agramatical.” (p. 22).
Aunque las propuestas de Chomsky (1965) y Hymes
(1971) parezcan distantes en cuanto a la competencia lingüística y a la
competencia comunicativa respectivamente, de alguna manera se pueden
complementar. Al pronunciar “un negrito, por favor” o “noventa y cinco, por
favor” se han llevado a cabo transformaciones que permiten derivar de la
estructura profunda a la superficial, que es la enunciada. Podemos afirmar que
las estructuras profundas de estas oraciones son:
Tú dame a mí un café negro, por favor.
Tú dispensa en el vehículo/carro gasolina de noventa
y cinco octanos, por favor.
Las transformaciones que operan son de elisión y es
posible aplicarlas gracias a que la información elidida está en el contexto de
producción. La capacidad de reconocer esta posibilidad de elisión la podremos
encontrar, como ya se mencionó, en la competencia comunicativa que nos
permitirá reconocer, que gracias a la situación, son viables estas
construcciones, y más que viables son prácticamente indispensables para
favorecer la comunicación.
La inclusión de consideraciones de la dimensión
social en el análisis gramatical, lejos de complicar, enriquece en gran medida
la comprensión de los fenómenos lingüísticos. Pues, como lo expone Hymes
(1971): “La competencia para el uso es parte de la misma matriz de desarrollo
que la de la competencia para la gramática.” (p. 23). A la vez que adquirimos
el código para la comunicación, aprendemos cómo usarlo en el seno de la
sociedad.
Por lo tanto, el marco social tiene gran influencia
en el uso lingüístico y, por ende, en lo que producimos y cómo lo producimos.
El contexto social puede incidir, incluso, en la naturaleza de las oraciones
que se produzcan o en el orden de los constituyentes de ésta, no sólo en los
elementos sintácticos que se puedan elidir porque la situación de comunicación
los aporte.
Inclusive la relación que existe entre el emisor y
el destinatario condiciona la naturaleza de las oraciones que se producen, ya
que según ello se aplican más o menos mecanismo de cortesía en la interacción
lingüística. Como explica Lakoff (1973), cuando existe mayor confianza entre
los interlocutores del proceso de comunicación se hacen necesarios menos
mecanismos de cortesía, caso contrario cuando la relación entre éstos es
distante.
Algunas veces no se trata de construir las
estructuras lo más simples posibles para favorecer la comprensión del mensaje,
en ocasiones realizamos construcciones más elaboradas para favorecer las
relaciones sociales. "¿Sería tan amable de decirme la hora?". Es el
caso de una estructura gramatical más elaborada que tiene como fin atenuar la
petición para no parecer impositivo, ya que esto seguramente generaría fricción
social. Probablemente la mayoría de los hablantes estarán de acuerdo en que en
una situación de comunicación con un desconocido esta locución sería preferible
ante la construcción relativa (pragmáticamente relativa) más simple: “dígame la
hora, por favor.” Por lo tanto, factores sociales influyen en la toma de
decisiones para la construcción gramatical del mensaje.
En relación a este tipo de fenómenos, llama la
atención pensar en la siguiente circunstancia: si estando en casa de un
conocido nos ofrece jugo pero en realidad preferiríamos tomar agua, se nos presentará
la contradicción de cómo rechazar el ofrecimiento y a la vez extender una
petición. Para resolver la situación con el menor coste social posible, se
escuchan este tipo de construcciones: “¿no tienes mejor un poco de agua? Por
favor”. Se niega y se pregunta sobre la posibilidad de otra opción que no se ha
ofrecido. Y aunque es un acto indirecto es preferible esta estructura ante
construcciones que si bien son más simples y directas, y por lo tanto requieren
de menor esfuerzo para ser comprendidas, representan una amenaza para la imagen
del destinatario y crea una imagen que el emisor seguramente preferiría no
proyectar a los demás: “No quiero jugo, gracias. Prefiero beber agua, por
favor.”
Una prueba de que las características de la relación
entre los interlocutores inciden en este tipo de elecciones gramaticales es
reconocer que al modificar la relación de éstos, la elección de la naturaleza
de la estructura probablemente será distinta. Al trasladar esta situación a un
contexto distinto, como a la petición que realizamos a un mesero en un
restaurante, el acto de habla directo es mucho más probable que el indirecto
mencionado ya que no generaría fricción social por los roles que cumplen cada
uno de los interlocutores en el proceso comunicativo.
Si queremos profundizar en el estudio de la
gramática, no parece conveniente, ni necesario, desligarlo de los factores
sociales que determinan la construcción de la expresión lingüística, cuestiones
que tradicionalmente se han relegado al estudio de la sociolingüística y la
pragmática; pero es que “¿De qué otro modo puede considerarse el lenguaje como
no sea en un contexto social?” (Halliday, 1982)
La expresión lingüística en la cotidianidad, en
especial la oralidad, es altamente compleja; para la producción textual el
hablante no sólo toma en cuenta a factores exclusivamente gramaticales, existen
una gran cantidad de elementos que pueden incidir. Es importante, entonces,
ampliar los horizontes de los estudios gramaticales, sin perder de vista el
interés el objeto de estudio: la estructura interna de la palabra y la forma en
que se combinan. (Sedano, 2009)
Estas son algunas breves consideraciones que tienen
como objetivo celebrar la apertura de nuevas dimensiones para el análisis
gramatical, ya que parece sumamente lógico proponer estudios profundos sobre
las relaciones entre gramática y sociedad desde diferentes perspectivas.
Sería bastante interesante ahondar en el estudio de
la gramática en la oralidad, sin dejar de lado la escritura; o de la derivación
y flexión de las palabras y el orden de las estructuras teniendo en cuenta las
diferentes variables sociales.
Msc.
Deliana Moreno Ríos